Hablemos del concepto de las ruedas concéntricas de Alberti, a principios de siglo se diseñan teletipos equipados con una secuencia de rotores móviles; éstos giraban con cada tecla que se pulsaba.; así, en lugar de la letra elegida, aparecía un signo escogido por la máquina según las diferentes reglas de un código polialfabético.
Estos aparatos, recibieron el nombre de traductores mecánicos.
De entre sus predecesores destaca la Rueda de Jefferson, el aparato mecánico criptográfico más antiguo que se conserva.
La primera patente parece pertenecer al año 1919, y es obra del holandés Alexander Koch, que comparte honores con el alemán Arthur Scherbius, (el inventor de Enigma).
Una organización secreta, en la que participó Alan Turing, uno de los padres de la informática y de la inteligencia artificial, logró desenmascarar las claves de Enigma, desarrollando algunos artilugios capaces de desvelar los mensajes cifrados; por lo que la máquina alemana enigma se convertía así en el talón de Aquiles del régimen, un topo en el que confiaban y que en definitiva, trabajaba para el enemigo.
La versión japonesa de enigma se descifró en Midway.
Un grupo de analistas, dirigidos por el comandante Joseph J. Rochefort, descubrió que los nipones señalaban con las siglas AF su objetivo.
Los nazis diseñaron enigma para actuar en el campo de batalla, pero los estadounidenses utilizaron un modelo llamado Sigaba; este modelo funcionó en estaciones fijas y fue el único artefacto criptográfico que se conservó intacto durante la guerra.
La existencia de enigma y el hecho de que los aliados conociesen sus secretos fueron, durante mucho tiempo, dos de los secretos mejor guardados de la II Guerra Mundial-, esto fue así debido al interés de seguir sacándole partido una vez acabada la guerra.
Finalizada la contienda, las nuevas tecnologías electrónicas y digitales se adaptaron a las máquinas criptográficas.
Hoy en día, se utilizan métodos que combinan los dígitos del mensaje con otros, o bien algoritmos de gran complejidad. Un ordenador tardaría 200 millones de años en interpretar las claves más largas, de 128 bits.
Rodrigo Cebrián Díaz.
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